Mama Antula, una jesuita de 1730 que no quería casarse ni ser monja, será primera santa de Argentina
En el siglo XVIII protagonizó una rebelión espiritual. Hoy, está a punto de convertirse en la primera santa de Argentina, el país natal del Papa Francisco.
Se trata de María Antonia de Paz y Figueroa, conocida popularmente por su nombre en quechua “Mama Antula”, pero de la que muchos ignoran su historia. Fue una laica católica que dedicó su vida a peregrinar por el país sudamericano en misión evangelizadora, justo en una época en la que las mujeres tenían dos opciones en la vida: el convento o el matrimonio.
El papa Francisco canonizará a “Mama Antula”, el próximo domingo en el Vaticano, convirtiéndola en la primera santa de Argentina, en un acto formal que despierta expectativas también por el encuentro del máximo pontífice con el presidente argentino, Javier Milei.
“La caridad de ‘Mama Antula’, sobre todo en el servicio a los más necesitados, hoy se impone con gran fuerza, en medio de esta sociedad que corre el riesgo de olvidar que el individualismo radical es el virus más difícil de vencer”, resaltó el sumo pontífice el viernes.
La futura santa, de tez blanca y ojos celestes, nació en 1730 en Santiago del Estero, provincia al norte de Buenos Aires. Murió el 7 de marzo de 1799, a los 69 años.
Su recorrido histórico, recogido en textos elaborados por instituciones católicas y en una biografía que el mismo papa Francisco reconoció, cuenta que era hija de una familia acomodada. De muy pequeña desarrolló una vocación religiosa y se acercó a los jesuitas, que no sólo evangelizaban a indígenas y esclavos, sino que también cumplían una decisiva acción social en las entonces colonias de España.
A los 15 años abandonó la vida confortable de su hogar y los privilegios de su clase para sumarse a la Compañía de Jesús como beata. Cambió el apellido paterno por el de San José. Bajo la guía de los jesuitas educó, cuidó y ayudó a los pobres e indígenas de su provincia natal. La consideraban su protectora y la apodaron “Mama Antula”, nombre en quechua derivado de Antonia.
“Ella era una rebelde, como Jesús”, dijo a AP la periodista y biógrafa Cintia Suárez. “Se impuso al padre y le dijo ‘no me voy a casar ni me voy hacer monja’. Ella no quería obedecer a ninguna orden. Por eso también tenía esta libertad de moverse sola. La Iglesia tenía una estructura muy verticalista, no quería obedecer a nadie”, recalcó la coautora de la biografía “Mama Antula, la primera Santa Argentina”.
La beata colaboró en la organización de ejercicios espirituales basados en los escritos de San Ignacio de Loyola, el fundador de la compañía de Jesús en 1534, y fue determinante para mantener vigente la doctrina de los jesuitas en la entonces colonia del Río de la Plata, tras ser expulsados de las Américas en 1767. En esa orden religiosa, la más grande del catolicismo, se formó el papa Francisco.
Esas prácticas tenían una particularidad: borraban las diferencias sociales. Un esclavo y su amo, ricos y pobres eran tratados por igual.
A pesar de su destacada obra, fue invisibilizada probablemente por su condición de mujer laica hasta que, precisamente, la elección del primer papa jesuita en 2013 la desterró del olvido.
La canonización de “Mama Antula” se dará en una ceremonia el domingo en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, y que marcará el primer encuentro del pontífice con el ultraderechista Milei, quien años antes de ser presidente dijo que el papa Francisco era el “representante del maligno en la Tierra”. Es la primera vez desde que asumió su pontificado que el pontífice sopesa la posibilidad este año de visitar a su país natal, que abandonó hace más de una década para liderar la Iglesia Católica. Y en un contexto de crisis económica y social.
Antes de proponerla para santa, Francisco promovió su beatificación en 2016. La Congregación para las Causas de los Santos dio por milagrosa la salvación en 1905 de una monja gravemente enferma perteneciente a la orden religiosa que quedó a cargo de la Casa de ejercicios espirituales fundada por “Mama Antula” en Buenos Aires.
El segundo milagro que abrió la puerta de su canonización ocurrió en 2017. Un ex seminarista jesuita quedó al borde de la muerte por un accidente cerebrovascular. Un amigo le llevó al hospital una estampa de “Mama Antula” y se la pegó en el monitor de signos vitales. El hombre mejoró y salió de terapia intensiva. Los propios médicos azorados dieron testimonio al Vaticano.
“Caminante del espíritu”, la definió Francisco en una reciente carta a la diócesis de Santiago del Estero. “Que este acontecimiento universal, que tanto les pertenece, nos ayude a todos, por intercesión de ‘Mama Antula’, a renovar nuestra misión bautismal con audacia y fervor apostólico, como lo hizo esa gran mujer del siglo XVIlI”.
Cuando la corona española expulsó a los jesuitas de América en 1767 por considerarlos una amenaza a sus intereses, “Mama Antula” decidió tomar la posta y continuar con su obra, aun a riesgo de ir presa.
Vestida con la capa negra que había heredado de uno de los jesuitas expulsados y sosteniendo una gran cruz, empezó a peregrinar descalza pueblo por pueblo y retomar los ejercicios espirituales. Al principio la miraban de reojo y era tratada de bruja o loca. Cuando llegó a Buenos Aires, capital del virreinato, le lanzaron piedras.
Pero “Mama Antula” fue una mujer muy astuta que, contra los prejuicios de la época, tuvo la capacidad de persuadir a párrocos y obispos para continuar los ejercicios espirituales de los jesuitas a pesar de la prohibición.
“La paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia”, es la frase que se le atribuye en textos históricos recogidos en su biografía.
“Mi interpretación es que “Mama Antula” vivió en una época de crisis. La gente queda desamparada por expulsión de los jesuitas. Ahora también estamos en contexto crítico en Argentina. El papa nos dijo que su canonización hará mucho bien al pueblo argentino”, señaló la biógrafa Suárez, aludiendo a una carta que recibieron las autoras de Francisco por la publicación del libro.
El obispo de su natal Santiago del Estero, José Luis Corral, destacó que “no fue una feminista en el sentido contemporáneo del término, pero sí tuvo que abrirse camino en un mundo donde el prestigio, la identidad y el lugar se alcanzaba por la pertenencia o referencia a un hombre”.
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